jueves, 16 de junio de 2016

Prologo.

+Año 1520+

Mire por la ventana, no nos era permitido salir afuera, puesto que la guerra era brutal, mi familia y yo éramos de las pocas familias de buena posición que quedaban aquí en Viena, puesto que la gran mayoría habían huido.

Odiaba quedarme en un solo lugar, así que me quite el enorme vestido y me puse uno de mi criada, me puse mi capa y salí por la puerta trasera de la hacienda, mire a los lados y corrí lo más rápido que pude, sabía que si me atrapaban me regañarían, así que esperaba volver pronto y antes de que se dieran cuenta de mi ausencia.

Respire el aire fresco, mire las vitrinas y sonreí recordando aquellos días donde aún no había estallado la guerra. Cuando todos podíamos salir y disfrutar de lo bello que era, mas solo era una ilusión en este momento, ahora todos estaban en sus casas y muchos estaban ya lejos de aquí.

No me di cuenta del tiempo que paso, tanto que oscureció y yo aún no volvía a la hacienda. Había toque de queda y si un soldado me encontraba de seguro me mataría. Corrí por las calles y esperaba no encontrarme con ningún soldado.

Mire la hacienda a lo lejos y en eso sentí que me tomaron fuertemente del brazo, solté un pequeño grito y quise liberarme pero fue inútil, lo que tanto temía me había pasado.

-¿A dónde vas?- Dijo uno de los dos soldados que me atraparon.
-Voy a la hacienda Bianci- Mire hacia abajo como lo hacía la servidumbre –Es donde sirvo.
-¿Qué haces tan noche afuera?- Me grito fuertemente.
-Lo siento, me perdí…
-No hay escusa- Me aventó contra el suelo –Barone, acaba con esto.

Mire al otro soldado, me tomo del brazo y me levanto con gran facilidad, lo mire a los ojos y vi que tenía unas gafas, las que hacían que sus ojos se miraran enormes. Me miro un momento y hablo.

-Reúnete con los demás- Dijo sin dejar de mirarme –Yo voy cuando acabe con esto.

El otro soldado se fue sin siquiera decir una palabra, el soldado que al parecer se apellidaba Barone comenzó a caminar jalándome del brazo y me puso en un árbol mirándolo.

-Enséñame tus manos- Lo mire raro –Hazlo- Lo hice y sonrió –Vete de aquí, no quiero que vuelvas a quedarte afuera hasta tan tarde.

Lo mire sin entender, su mandato era matar a todo el que estuviera fuera de su vivienda.

-¿Por qué me libera?- Pregunte agradecida.
-Porque jamás me atrevería a lastimar a una dama tan hermosa- Me sonroje –Y porque claramente no eres una criada y los Bianci son muy buenos amigos míos. Vete y no te metas en problemas.
-Gracias- Hice una reverencia –Le debo la vida.
-Espero que algún día me la pague condesa- Me tomo de la mano y la beso –Fue un placer verla.

Su sonrisa me erizo la piel, le devolví la sonrisa y corrí directo a la hacienda, entre por la puerta trasera y corrí a mi habitación, vi que mi mucama me había dejado mi vestido para la cena, así que me dispuse a vestirme y en eso ella entro corriendo.

-Señorita Alexandra- Dijo agitada –La hemos estado buscando… nos tenía a todos preocupados ¿Dónde estaba?
-Tranquila Donna- Le sonreí –Solo paseaba por los jardines, mejor ayúdame a vestirme.

La cena transcurrió de lo más tranquilo, mas en mi cabeza solo estaba aquella sonrisa y esos ojos que me habían liberado y salvado de aquella situación. Me dormí pensando en él y desperté al siguiente día aun pensando en él.

Barone, ese apellido me era familiar, era de una familia muy bien acomodada, mas no de militares. Esta noche se daría una cena en nuestra hacienda, sería la despedida ya que nos iríamos en dos días a España.

Teníamos que alejarnos de esta guerra y lo mejor sería que fuera lo antes posible, odiaba estar encerrada y salir con miedo. Donna me ayudaba a peinarme y arreglarme ya que yo odiaba hacerlo, me puso el vestido rojo con negro el cual me hacía ver más pálida de lo normal, pellizque un poco mis mejillas y sonreí al verme al espejo.

Baje a las escaleras y mire a mi padre, Francesco Bianci, el cual estaba con uno de sus amigos, giro su vista a la escalera y me miro sonriendo. Su amigo me miro y sonrió con él.

-Vaya Francesco- Dijo –Tu hija sí que es hermosa, no mentiste al decir lo bella que era- Tomo mi mano –Arman Barone- Beso mi mano –A sus pies condesa.

Sonreí pero al escuchar su apellido palidecí un poco, hice una pequeña reverencia.

-Alexandra Bianci, un gusto…
-Tienes que conocer a mi hijo- Miro a un lado –Mira allí viene.

Mire  a donde estaba mirando él para encontrarme un unos ojos que antes me habían liberado, sonrió al verme y yo me quede con la boca abierta.

-Condesa Bianci le presento a Piero Barone mi hijo.
-Condesa- Tomo mi mano y la beso mirándome por arriba de sus gafas –Es un gusto conocerla y un placer verla. Es usted muy bella.
-Gracias- Sonreí –Usted es muy bien parecido.

La música comenzó a sonar y varias parejas comenzaron a bailar su compás, yo quise salir corriendo pero Piero me tomo de la mano delicadamente.

-¿Me concede esta pieza?

Solo asentí y el tomo mi mano llevándome al centro del salón, me tomo de la cintura acercándome a él y yo subí mi mano a su hombro. Mientras bailamos lo mire bien; su cara, sus labios… él en si era un poema andando. Sonrió al ver que no me era indiferente y me apretó más a él, a lo que yo me sonroje. Era alto mucho más que yo, me saca cerca de una cabeza y media, así que yo lo miraba siempre con la cabeza en alto.

-¿Me podría decir que hacia la condesa, hija del mejor amigo de mi padre, afuera a altas horas de la noche?- Dijo después de un tiempo.
-Odio estar encerrada en este lugar- Me dio la vuelta –No le diga a mis padres, me matarían.
-Creo que eso a usted no le importa… puesto que ayer estuvo a punto de morir.
-No era mi plan morir anoche. Solo que calcule mal el tiempo.
-No lo vuelva a hacer- Me miro a los ojos y note que brillaron –No todos los militares son tan benévolos como yo…
-Eso me lo imagino… lo cual le agradezco y espero un día pagarle.
-Salvar a una dama tan bella no necesita paga… con solo verla es suficiente.

Sonreí apenada, a lo lejos mire a mis padres con los padres de Piero, los cuales nos miraban sonrientes, deduje lo que se imaginaban así que mire a Piero.

-Creo que debemos buscar un mejor lugar para platicar.

Lo tome por el codo y salimos ambos a la terraza, la noche era fresca y demasiado estrellada.

-¿Por qué decidió salir?- Me pregunto.
-Porque sus padres y los míos nos miraban demasiado.
-Me imagino el porqué.
-No le entiendo.
-Me están buscando una razón para irme- Lo mire sin entender –Mis padres se irán con los de usted en dos días…
-¿Usted se quedara?
-Así es… luchare en la guerra.

Mi corazón por un momento se partió y no supe el porqué, lo mire y quise llorar. Sus ojos me miraron con nostalgia y por un momento tuve el arrebato de lanzarme en sus brazos y besar sus labios, mas me detuve puesto que apenas lo conocía.

-Es valiente de su parte…- Me miro con desilusión –Espero que recapacite.
-¿Por qué? Apenas me conoce… ¿Qué tanto le puedo importar?
-Apenas lo conozco pero se ve que usted no es mala persona… sería una gran pérdida si usted muriera- Me sonrió y yo a él –Entonces ¿No ha encontrado la razón?
-No del todo… puesto que la acabo de conocer.

Sonreímos y caminamos, de vez en cuando lo miraba al hablar, sus rasgos eran realmente exquisitos. En un momento de distracción mía, tropecé con una loza suelta pero antes de caer Piero me sostuvo en sus brazos.

-Tenga más cuidado condesa- Me miro –No puede lastimarse… algo tan hermoso como usted.

Me tenía colgando en sus brazos, con una de sus manos comenzó a pasear sus dedos sobre mis labios. Cerré los ojos ante su tacto y por un momento dejo de hacerlo para cubrir mis labios con los suyos. Eran cálidos, suaves y frescos, sabían a menta y algo con alcohol. Me levanto mientras seguía besándome, nos separamos un momento.

-¿Qué está haciendo?- Pregunte extasiada e incrédula.
-Yo… yo no sé.

Volvió a besarme y esta vez me levanto sentándome en el barandal del balcón, acerco sus manos en mi cintura y me apretó contra él mientras subía sus manos por la cintilla de mi corsé. En un momento me volvió la conciencia a la cabeza y lo aventé.

-No lo vuelva a hacer- Lo dije y ni yo misma lo creí.

Baje del barandal y salí corriendo, entre corriendo y subí las escaleras pero a la mitad mi madre me detuvo.

-Alexandra- La mire -¿Dónde dejaste al duque Barone?
-Oh… él prefirió seguir tomando aire. Yo no me siento bien.
-No te puedes ir, la cena ya está lista.

En ese momento entro Piero algo agitado y nos miró, sonrió y se acercó.

-Qué bueno que llega duque… la cena está servida.
-Oh muchas gracias- Hizo un ademan –Después de ustedes bellas damas.

Comenzamos a caminar pero me tomo del brazo delicadamente y me sonrió con cierta picardía.

-Puede pedirme que no lo vuelva a hacer- Me sonrió –Pero lo disfrutaste igual o más que yo Alexandra…- Se acercó rosándome los labios con el pulgar –Lo volveré a hacer y no querrás alejarme…

Me hizo tomarlo del brazo y entramos al comedor, me ayudo con la silla y después se sentó a mi lado. La noche paso rápidamente y los Barone abandonaron nuestra casa.

Me fui a mi habitación, pensando en sus labios y deseando probarlos nuevamente. Me dormí pensado en sus labios y su lengua jugando con la mía. Soñé una y otra vez besándolo y llegando a más que me avergonzó apenas desperté.

Los criados había guardado lo importante y algunos muebles los íbamos a dejar aquí así que les pusieron sabanas encima. Mire al hacienda y la extrañaría demasiado, pero será necesario.

-Señorita Alexandra- Dijo Donna –El duque Barone está aquí.
-Gracias, voy enseguida.

Me relaje antes de entrar al recibidor, el miraba una pintura mía y yo pase relajada.

-Buenos días duque- Hice una reverencia -¿A qué debo su visita?
-Necesitamos hablar.
-No entiendo de que duque…
-Sabes de que Alexandra- Lo mire con recelo –Disculpa mi audacia… pero después de ayer se me hace una hipocresía hablarte de usted… ¿No lo crees?
-Bueno… tienes razón Piero… ¿Qué necesitas?- Dije un poco más relajada.
-Quiero saber… saber que sentiste… ¿Qué sentiste cuando me besaste Alexandra?
-Para qué quieres saber eso… no es de tu incumbencia- Dije algo nerviosa.
-Necesito saberlo- Se acercó a mí –Quiero saber si sentiste lo mismo que yo.
-¿Y tú que sentiste?- Pregunte viendo sus labios y después lo mire a los ojos.
-No-  Rio y me miro –Yo te pregunte primero condesa.
-Yo… yo no sé lo que sentí- Dije nerviosa –Eso fue nuevo para mí… yo…

Y antes de seguir hablando me tomo de rostro y volvió a besar mis labios lento, dulce. Acaricio con sus pulgares mis mejillas y yo puse mis manos en sus hombros acercándome más a él. Al separarse suspiramos y lo mire a los ojos y él me sonrió.

-Eso era lo que quería saber- Dijo claramente feliz.
-Es injusto esto- Lo mire enojada –Tú te quedaras y yo no me iré pensando que puedes morir en la guerra.
-Espera- Me cayó con un beso –Eres lo que espere mis veinte años…  nos veremos mañana en el barco.
-De… ¿De verdad?- Pregunte algo feliz pero más nerviosa.
-Sí, tu eres lo que no sentí con nadie más- Tomo mi mano y la beso –Condesa espero verla mañana.
-¿No que era una hipocresía hablarnos de usted?
-Si pero la educación nunca la pierdo ante una dama tan bella como usted- Me beso los labios levemente –Adiós Alexandra.

Se fue y yo me quede parada en el recibidor, mire a un lado y Donna se había quedado con varias toallas en las manos y la boca abierta, al ver que la miraba bajo la mirada apenada y salió corriendo.

El día transcurrió de lo más normal. La cena llego rápidamente y todos estábamos cenando de lo más normal.

-Alexandra- Llamo mi atención mi madre –Donna me dijo que el duque Barone vino.
-Así es vino a visitarme- Dije con gran indiferencia.
-Solo espero que él vaya con nosotros- Dijo viéndome –Seria un muy buen partido… o no lo crees.
-Sí, es lindo- Dijo con más emoción de lo que quería –Pero esperemos a mañana.

En un momento se escuchó que golpeaban la puerta con mucha fuerza, todos nos levantamos de la mesa y en cuando Donna abrió Piero entro corriendo y algo agitado. Venia vestido con su uniforme de militar.

-Tienen que salir de aquí.
-¿Qué pasa?- Pregunte acercándome a él.
-Tienen que huir, la guerra ya inicio, viene un pelotón dispuesto a destruir todas las haciendas.
-Dios mío ¿y Arman?- Pregunto mi padre.
-Él y mi madre van directo al barco- Me miro –Yo vine a llevarlos a ustedes.

Todos salimos corriendo, a los criados dimos órdenes de que escaparan y no se detuvieran, puesto que nosotros haríamos lo mismo. Salimos por la puerta trasera y corrimos a un pequeño bosque que había detrás de nuestra hacienda.

De un momento a otro se hicieron presentes gritos y con ellos detonaciones de rifles.

-No mires atrás Alexandra- Dijo Piero al ver mi miedo.

Mis padres iban un poco más adelante y Piero se quedó disparando detrás de mí, gritándome que siguiera corriendo, de un momento a otro escuche un grito de él. Me detuve y mi que de su espalda sobresalía una mancha que se hacía cada vez más grande.

-¡Piero!

Grite y salí corriendo y escuche a mi madre gritar mi nombre, pero no me detuve, corrí y caí de rodillas llorando cuando llegue hasta donde estaba, tenía un impacto de bala del pecho hasta la espalda y por enfrente la mancha era más grande.

-No, por favor- Dije llorando –No puedes enamorarme y después dejarme sola.
-¿Así que te enamore?- Dijo sonriendo, pero se miraba con mucho dolor.
-Sí, me enamoraste- Le di un beso –No puedes dejarme ahora… te amo.
-Yo también Alexandra- Me miro –Vete vendrán por ti.
-No te dejare- Llore más fuerte –Tú me salvaste la vida y no te dejare morir aquí, no solo.

Levante la mirada y mire que venían los militares. Al verme, uno de ellos me apunto de lejos y tiro del gatillo, Piero grito fuertemente y yo sentí como algo entro directo en mi pecho, me lleve las manos allí y mire la sangre que comenzaba a salir. Escuche un grito de mi madre, al mirar atrás pude ver a mi padre que arrastraba a mi madre lejos. Los mire a los ojos y con una sola mirada les pedí que se fueran y ambos lo hicieron, con lágrimas en los ojos y despidiéndose con dolor.

Mi cuerpo no resistió más me caí a lado de Piero y lo mire, sus ojos pronto se quedarían sin luz, al igual que los míos. Pronto acabaría el dolor y ardor de la pólvora en mi sistema. Pero solo le rogaba a dios que me diera la oportunidad de volverme a encontrar con él.

Vi como sus ojos dejaron de mirarme, perdiendo su luz y los míos supieron que ya no aguantaría más.

-Dios… por favor, déjame volver a verlo y tener una vida a su lado.

Y sin más un suspiro salió de mis labios arrancando el alma de mi cuerpo y liberándome del dolor.

3 comentarios: